En el número 6 de la calle Bordadores de Salamanca se levanta la Casa de las Muertes, un nombre terrorífico que hace referencia a las leyendas que guarda esta casa…Construida sobre casi mil metros cuadrados, cuenta con dos alturas y un desván y en la planta baja un jardín con pozo.
¿Quieres conocer su historia?
Fue construida por el arquitecto Juan Ibarra, que convirtió esta mansión en su residencia familiar, en ella vivió su hijo, el también arquitecto, Pedro de Ibarra y sus descendientes. A su testamento la casa salió en subasta pública y fue comprada por el clérigo D. Alejo Guillén. A la muerte del clérigo en 1839, otorgó en su testamento la propiedad de la casa a su fiel ama de llaves, Dª María Lozano. Pero pudo disfrutarla durante poco tiempo, ya que en 1851 murió asesinada, sin que hasta la actualidad se haya podido establecer el verdadero móvil, bien porque en la guerra se hubiese ganado alguna enemistad, o bien porque la herencia despertase la codicia del asesino…
A lo largo del siglo XX fue pasando de mano en mano, sin que nadie hiciese nada por devolverla a su antiguo esplendor; siendo sede por un tiempo del Colegio de Arquitectos de Salamanca.Fotografía: ÓSCAR GARCÍA/ fachada casa de las muertes
Pero, ¿qué ocurrió tiempo atrás en esta casa?
¿De dónde viene su tétrico nombre? Para responder a esta pregunta hay que estar dispuesto a aventurarse en el movedizo, confuso y oscuro territorio de las leyendas… Mucho se ha escrito en torno a esta casa recogiendo tradiciones e historias que circulaban por la ciudad, las más conocidas son estas dos:
La primera leyenda se remonta al año 1467. En Salamanca vivía una agradable joven llamada Elvira Manzano, de quien se había enamorado perdidamente, Don Diego, un noble arrogante y siempre dispuesto a conseguir lo que se propusiese. Por ese entonces existía una lucha de bandos nobiliarios: los Monroy y los Manzano. Elvira pertenecía al bando de los Manzano y don Diego al de los Monroy.
Fotografía: ÓSCAR GARCÍA/ interior casa de las muertes
Don Diego «consumido de amor” y pensando que su amada le era infiel, elabora un plan para secuestrarla, con la ayuda de dos de sus soldados y la ayuda de un sirviente de la casa de los Manzano: Altamirano. Una noche que Elvira está con «su fiel Altamirano», escuchan ruido en la casa. Alguien ha entrado. El sirviente que ya no puede aguantar más su mala conciencia, le confiesa a su joven señora la traición y los planes de don Diego. Elvira no pierde la calma y decide fingir su muerte, y para ello, se deja caer en la alfombra con un crucifijo en la mano.
Don Diego abre la puerta de los aposentos de la joven, y se detiene sorprendido a contemplar la escena. Mira a su “amada” creyéndola muerta, y cae de rodillas envuelto en llanto, culpa y arrepentimiento.
Fotografía: ÓSCAR GARCÍA/ interior casa de las muertes
Entre tanto, Altamirano, con la excusa de llevar a los soldados a un aposento lleno de riquezas que pueden saquear, los conduce hasta una cueva. En el interior, la madre de Elvira, Doña Mencia de Asuero, había colocado los cadáveres de sus dos hijos mayores, muertos a manos de doña María la Brava que los decapitó sin piedad para vengar a su vez la muerte de sus hijos. Cuando entran en la cueva, en lugar de riquezas encuentran los dos cadáveres sin cabeza. Pero es tarde para escapar. Altamirano cierra para siempre la puerta.
Lo siguiente que se sabe de Don Diego es que ingresó en un convento, se dedicó a la vida religiosa y murió nada menos que santo. Y de los soldados no volvió a saberse nada hasta que años y años después, con motivo de unas excavaciones para reconstruir la casa aparecieron en aquella oquedad entre rocas cuatro cadáveres: los de los soldados y los de los dos jóvenes Manzano que doña María la Brava dejó sin cabeza.
El hallazgo de los cadáveres horrorizó tanto a los salmantinos que desde entonces decidieron llamar a la casa, como La Casa de Las Muertes.
Fotografía: ÓSCAR GARCÍA/ jardín casa de las muertes
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Fuente: historiasdelcuartodeatras.blogspot.com